21 nov 2014

"Sueños eróticos", relato erótico de Nelson Verástegui

Se dio cuenta de que había despertado pero no quiso abrir los ojos. Quería seguir soñando con el joven vecino del barrio que tanto le gustaba y con quien había soñado apasionadamente. Habían estado en un baile, se habían ido después a la playa con un grupo de amigos, tomaron y terminaron todos desnudos haciendo el amor sobre la arena. El calor de los primeros rayos del sol los había despertado, se encontraron solos y abandonados de su grupo, se besaron de nuevo, se vistieron y se fueron de la mano hasta sus casas.
¡Qué maravilla! El orgasmo había sido casi real. Sentía su sexo mojado y caliente, el clítoris y los pezones estaban todavía hinchados. La arena no era tan cómoda como su mullida cama, pero era lo de menos comparado con la dicha de haber estado con él. En fin, si algún día lograba conquistarlo y hacer realidad esos abrazos y caricias, sería la mujer más feliz del mundo.
Entonces sintió que su cama estaba un poco húmeda. Le dolía la cabeza y no recordaba bien qué había hecho la noche anterior. Buscó a tientas las cobijas para arroparse y seguir durmiendo. Todo era extraño. Por fin abrió los ojos y vio el cielo estrellado. Oyó las olas rompiendo en la playa no muy lejos de sus pies. Se sentó y descubrió en la penumbra que estaba desvestida y acompañada. A su lado dormía profundamente un hombre desnudo de espaldas a ella. Era una noche de verano calurosa, sin brisa y seca.
¿Qué había pasado? No se atrevía a mirar la cara de su acompañante silencioso. Ya con los ojos acostumbrados a la negra noche vio un montón de ropa apilada al lado de una fogata apagada. Tenía que hacer algo.
Se acercó por fin a descubrir la cara de su bello durmiente. ¡Era él! El joven del barrio que tanto ansiaba conocer y amar. Ya no le importaba saber cómo habían llegado a ese lugar ni si era sueño o realidad. Lo empujo por el hombro hasta ponerlo boca arriba. Empezó a acariciar su piel y toda su anatomía con deleite y parsimonia. En su mano crecía el sexo del hombre hasta ponerse completamente erecto como un obelisco. Ella se sentó sobre él y lo despertó con sus masajes húmedos tras la penetración.
En realidad los dos se despertaron. Ella acaballada sobre su marido en su cama en el cuarto de su casa y el marido muy excitado sin entender lo que le estaba pasando. El vecino anhelado se desvaneció al despertar. No importaba. Con su esposo disfrutaría de ese momento placentero sin que ella le contara nunca lo que había soñado.


20 nov 2014

AbeXedario, erótica presentación en la iglesia renancestista Sant Joseph de Ciutadella

Pilar Mata Solano aprovechó su estancia en Menorca para presentar el libro de relatos con el que resulto ganadora del Premio Incontinentes de Narrativa Erótica, AbeXedario. publicado por Ediciones Irreverentes.
La presentación de este libro de alto contenido erótico se llevó a cabo en la iglesia renancestista Sant Joseph de Ciutadella con la proyección de un cortometraje de cntenido erótico, inspirado en el libro, y la lectura de fragmentos de los relatos a cargo de la autora, acompañada por Gloria Mesvides al piano, que tuvo una excelente acogida.

Afirma la autora en el libro “Confieso que llegué a desvariar en la terca obstinación por sentirme viva, llena, grata, en compensación, sin posible retorno. Filosofía del amor que no pretendo que comprendan ni compartan. Pero, declaro, amé con delirio y de todos gocé. O cuando me expuse y, exponía, a perder la razón que, en los juegos de seducción, siempre se pierde alguna pluma. Probablemente resulta obvio afirmar que me beneficié en salud y que disfruté situaciones sublimes, únicas, irrepetibles, repletas de un placer que rozó el desgarro. Pero, desde las primicias refinadas y exquisitas de la iniciación, a los juegos ordinarios del vicio, como a otras depravaciones, si es adecuada semejante acepción en el universo de la carne, siempre me presté con deleite. De otra manera, no hubiera tenido valor ni interés la entrega. La conquista del hombre empieza en la última embestida, si lo vale.”

Clase de anatomía, relato erótico de Félix Díaz

Supongo que debería presentarme, pero discúlpenme si no lo hago. Si alguno de mis colegas del instituto se entera de lo que pasó la otra tarde, tendré muchos problemas, así que sólo seré «El Profe» en estahistoria.
Soy profesor, cierto, y doy clases a estudiantes de formación profesional en enfermería y ayudantes de laboratorio, entre otras especialidades. Me gusta sobre todo darle clases al grupo de auxiliares de enfermería, pues son todas chicas y no excesivamente jóvenes (la que menos tiene 20 años). Este año me ha tocado un grupo pequeño, son 8 chicas de las que sólo tres asisten regularmente. Eso me ha sorprendido, pues no es frecuente que permitan unos grupos tan reducidos, pero me viene de perlas, pues con un grupo tan pequeño las clases son muy relajadas y avanzamos deprisa en el temario. Y el que de 8 chicas más de la mitad falte tanto es algo normal, pues muchas están trabajando por la mañana.
Olvidaba decir que mis clases son por la tarde. A esas horas, el instituto está casi vacío, sin las locuras de los chicos de la mañana. Imaginen un edificio con 57 aulas, de las que sólo están ocupadas 5 por la tarde. Y a última hora del viernes, es frecuente que la única sea la mía...
El día en que pasó todo era precisamente un viernes. A última hora tocaba Anatomía, una asignatura realmente aburrida, con descripciones y más descripciones de órganos. A veces incluso es desagradable si las imágenes que tengo en las diapositivas son disecciones de cadáveres. Para la clase del viernes yo siempre he preferido buscar los temas más atractivos, y que no se lleven un mal recuerdo a casa para el fin de semana.
Hay un tema que casi nunca he podido explicar por falta de tiempo, y es el de los órganos sexuales. En realidad, visto lo que me pasó, puede que ya sospechara lo que podía suceder...
Pero esta vez, como ya dije, llevaba el temario adelantado, así que pensé que bien podía dar ese tema.
Discúlpenme, pero estoy tan nervioso... No me acordaba de que también tengo que hablar de las chicas. Sobre todo de las tres que siempre asisten. No puedo dar sus nombres reales, así que las llamaré Ana, Bea y Carmen.
Ana tiene, creo recordar, 21 años. Es morena, alta, de cara redonda y labios muy sensuales. Sus ojos son oscuros y tiene unas pestañas enormes que es como si te abanicaran cuando te mira fijamente (lo que hace muy a menudo cuando estoy explicando algo). También tiene unos pechos grandes, que no suele esconder pues prefiere las blusas escotadas. Además, suele llevar falda y se sienta en primera fila, así que ya pueden imaginar cómo me pongo.
Bea es rubia, pequeña, de cara ovalada y pelo corto. Usa gafas, así que no puedo describir sus ojos. La boca es pequeña, pero los labios son carnosos y ella los destaca más usando carmín de colores intensos. Sus pechos son más bien pequeños, pero muy bien proporcionados. Aunque no me fijo directamente en eso, por motivos evidentes, creo que aborrece el uso del sujetador. Suele vestir ropa muy ajustada, casi siempre pantalones.
Carmen se parece a la gitana de la ópera con ese nombre. Pelo negro, larguísimo, que suele llevar suelto. Ojos negros, con enormes pestañas. Boca sensual. No es demasiado alta y tiene un pecho muy generoso que no suele ser evidente, pues prefiere usar suéteres holgados con pantalones vaqueros. Por su estrecha cintura y sus caderas, yo diría que no está muy lejos del clásico 90-60-90.
Bien, vuelvo a la tarde del viernes. Heme allí con las tres chicas y mis diapositivas preparadas. Primero paso lista y tomo nota de las que faltan, luego empiezo a explicar el tema. Noto alguna mirada de complicidad entre ellas, pero no le doy importancia, como hago siempre. Ni siquiera había notado que Carmen llevaba falda, algo rarísimo en ella; también Bea se había puesto una falda corta.
En una ocasión en la que estaba escribiendo en la pizarra, al darme la vuelta sorprendí un movimiento de Bea, que estaba descruzando las piernas. Juraría que... no, es imposible... Volví a escribir otra cosa en la pizarra y a darme la vuelta, ¡otra vez estaba moviendo las piernas! Y lo hizo tan despacio que esta vez no tuve dudas: ¡no llevaba bragas!
Bueno, tragué saliva y seguí con la clase. Traté de mostrarme lo más profesional posible: no era la primera vez que una alumna intentaba seducirme, siempre sin éxito. Más de una ha creído que podía compensar una nota baja si me ofrecía su cuerpo, incluso hay quien lo ha dicho con toda claridad, pero yo lo tengo claro: no quiero problemas con las alumnas.
Cada vez que escribía algo y me volteaba para comentarlo, podía verle el pubis, con los rizos claros. Y entonces comprobé que no era la única. Ana también hacía juegos con las piernas, y en uno de esos vi los mechones negros de su pubis. Incluso Carmen hacía lo mismo, ¡juraría que lo tenía afeitado!
Yo estaba cada vez más nervioso, así que decidí dejarme de explicaciones y pasar a las diapositivas. ¡Había olvidado cuál era el tema que estaba tratando, y qué diapositivas había elegido! De lo contrario, nunca se me habría ocurrido poner aquellas imágenes a unas chicas tan cachondas.
Empecé con las imágenes. Primero, órganos sexuales femeninos y masculinos. No se trataba de cortes o disecciones, sino de imágenes de personas vivas. Cuando vi las primeras diapositivas de vaginas sentí un calor que me subía por la espalda. Por suerte había apagado las luces, porque seguro que me puse rojo de vergüenza. No dejaba de asociar aquellas imágenes con lo que le había visto a las tres chicas. Ellas cuchicheaban entre sí.
Luego pasé a las imágenes del órgano masculino. Aquí, ellas lanzaron exclamaciones de sorpresa, incluso algún comentario soez. Sobre todo cuando apareció un soberbio miembro masculino mostrando los mecanismos de la erección. Oí algún ruido de movimientos...
Lamenté no tener más imágenes. Estaba muy nervioso y no sabía cómo continuar. Encendí las luces y me entretuve desmontando el proyector. Es entonces cuando Bea dice:
—Profe, ¿no tiene imágenes de los órganos sexuales secundarios?
—Pues no, ¿por qué lo dices? Puedo ir a buscar algunas a mi despacho...
—¿Para ver tetas? ¡No gracias! Lo digo porque tal vez usted quiera ver las nuestras...
Y mientras decía esto, se levantó la blusa. Era cierto, no llevaba sujetador. Sus pechos eran redondos y los pezones muy marcados en medio de una areola oscura.
Traté de seguirle la corriente y me acerqué lo más serio posible.
—Bueno, veamos. Aquí tenemos un par de senos femeninos. Podemos observar su forma redondeada. Aquí se sitúan las glándulas mamarias que desembocan por los canales lactíferos en el pezón, que como pueden apreciar es netamente hipermelánico.
Mientras decía todo esto, la tocaba. Trataba de hacerlo de forma fría, pero me resultaba imposible. Ella suspiraba bajo mi tacto y yo sentía el miembro viril tieso, que tenía que notarse en mi pantalón.
De hecho, creo que las otras dos apenas miraban lo que estaba mostrando, sus ojos estaban algo más bajos, hacia mi entrepierna.
Entonces, Ana se levantó la blusa y se soltó el sujetador rosa que llevaba.
—Profe, ¡mire mis senos!
Y Carmen hizo lo mismo: se sacó la blusa sobre la cabeza y desabrochó un corpiño blanco.
—¡Y los míos!
Bea, siempre la más atrevida, dijo a continuación:
—También deberíamos ver el miembro del profe. Parece presentar un buen ejemplo de erección.
Y antes de que yo me diera cuenta, ella estaba manipulando mis pantalones. Cuando liberó mi verga, soltó una exclamación.
—¡Madre mía! ¡Vaya ejemplar!
Las otras dos chicas se habían levantado sus faldas y se tocaban sin ningún disimulo. Bea cogió mi polla erecta y empezó a chuparla.
Yo no podía resistirme. Acerqué mi mano a la entrepierna de la chica y lo noté húmedo y caliente. Con la otra mano aferré uno de sus diminutos senos, comprobando que cabía perfectamente en mi mano.
Estuve así un par de minutos, hasta que la sensatez volvió a mi cabeza. Decidí agarrar el toro por los cuernos. Seguiría con la clase...
—Bueno, ahora vamos a ver las técnicas de estimulación sexual. Lo que está haciendo Bea es una forma de estimular al varón, pero ahora yo quiero mostrarles a ustedes cómo explotar la sensibilidad cutánea femenina. Bea, por favor atiende. Carmen, ¿no te importa servir de modelo?
—¡Claro que no, profe! ¿Qué debo hacer?
—Simplemente tiéndete aquí.
No lo había dicho, pero en el aula hay una camilla que se usa en varias clases. En ella se tendió Carmen boca arriba. Yo era muy consciente de sus enormes pechos y de su pubis depilado, pero guardé la compostura.
—Supongo que ustedes sabrán que el cuerpo femenino tiene gran número de zonas erógenas repartidas por toda la piel. Por eso una buena estimulación se puede lograr mediante el tacto. Podemos, por ejemplo, tocar aquí...
Empecé a acariciarle los pies. Lo hice muy despacio para que ella apreciara toda la intensidad del contacto, y para que sus compañeras comprobaran el efecto.
Acompañé mis caricias con la lengua. Uno a uno, fui chupando todos sus dedos, mientras acariciaba los tobillos.
De esa forma fui avanzando por ambas piernas, usando ambas manos y la lengua. Carmen se estremecía de placer...
Cuando llegué a la parte superior de los muslos, me quedé en el exterior de los mismos, y seguí subiendo por las caderas hasta los brazos. Sin perder el contacto, llegué hasta las manos y repetí el tratamiento con la lengua.
Fui desplazando mi contacto por ambos brazos hasta llegar a los hombros. Entonces pasé a la cabeza. Le acaricié el cabello, la frente, los párpados, la nariz. Le chupé los lóbulos de las orejas, luego repasé sus labios con mis dedos.
Esta vez puse mis labios sobre los suyos y le di un beso profundo. Ella mantuvo su boca abierta y me dejó meterle la lengua, que recorrió todo el interior de su boca.
Entretanto, mis manos habían recorrido su cuello y llegado a los senos. Los acaricié mientras separaba mis labios de los suyos, y mi boca seguía a mis manos hasta llegar a los pezones.
Siempre me he gustado imitar a los niños de pecho, y aquí tenía una buena oportunidad, así que no la desperdicié. Chupé y chupé con fuerza como si esperara que de un momento a otro surgiera la leche materna.
Tanto Ana como Bea pudieron comprobar cómo Carmen lograba un par de orgasmos sin siquiera tocarle la zona genital. Y creo que Ana tuvo también su propio orgasmo, esta vez gracias a la acción de su mano en los genitales.
Entretanto, yo reanudé mi recorrido por el cuerpo de Carmen. Seguí bajando hasta llegar a la flor húmeda, caliente y abierta situada entre las piernas. Tenía la piel suave, ¡se había depilado hacía muy poco tiempo!
Esta vez introduje mi lengua entre los pliegues de sus labios inferiores. Notaba el sabor salado de sus jugos. También notaba el clítoris tieso como si de un diminuto pene se tratara. Ella no cesaba de estremecerse de placer.
Al fin me decidí a dar el siguiente paso.
—Bien, creo que ahora ya está suficientemente estimulada para proceder a la penetración. Observen como el pene se introduce en la vagina, que está perfectamente lubricada y dispuesta para la operación.
Mientras decía lo anterior, aferré mi verga y la acerqué al caliente agujero. Entró como una llave en la cerradura perfectamente lubricada.
—Para continuar con la estimulación, se suelen hacer movimientos de vaivén como éstos que estoy haciendo... hasta que se alcanza la meseta orgásmica en la mujer y se produce la eyaculación en el hombre.
Ni Ana ni Bea me hacían caso. Se estaban besando y tocando muy íntimamente.
La visión tortillera me estimuló aún más y me derramé dentro de la chica. Ella gemía y se estremecía como si le fuera la vida en ello.
En ese preciso momento, se abrió la puerta y entró un hombre. ¡Me había olvidado del conserje!
—Perdonen, pero hace media hora que terminaron las clases y...
Al ver el espectáculo, se quedó con la boca abierta.
Yo saqué mi miembro de Carmen e iba a decir algo, cuando Ana se le acercó al conserje y le dijo:
—¡Qué oportuno! El profe necesita refuerzos, me parece.
Y diciendo esto le puso la mano en el paquete. De inmediato empezó a manipular la bragueta.
Bea le echó una mano y en un periquete estaba el hombre desnudo, con las dos chicas jugueteando con sus testículos y su pene.
Entretanto, Carmen se dedicaba a reanimar mi exhausto miembro, usando su boca de una forma muy experta. Pero yo quería cambiar de tercio, así que la dejé con un beso y me acerqué a Ana.
Carmen relevó a Ana en el trabajo con el conserje. Y Ana se quedó conmigo.
Yo estaba cansado, pero siempre había tenido ganas de follarme a Ana. ¡Eran demasiados días de tener que conformarme con unas pajas al salir de clase! Ya tenía de nuevo el miembro a punto así que casi sin esperar le dije que se pusiera a cuatro patas. La visión de su vagina bajo su redondo trasero fue todo el estímulo que yo necesitaba. Le metí mi trozo de carne con fuerza, pero sin hacerle daño pues ella estaba más que dispuesta. Mientras le aferraba las tetas y tenía una gloriosa vista de su culo, bombeaba una y otra vez, hasta que me corrí como si llevara una semana en vela.
Entretanto, el conserje se había tendido en la camilla y las dos chicas se le habían encaramado encima. Bea se montó encima de su polla mientras que Carmen colocó sus piernas sobre la cara del chico, para que le lamiera las interioridades. Además, las dos chicas no estaban conformes con eso y se tocaban y besaban con profusión.
Aproveché que Carmen y Bea iban a intercambiar sus posiciones, para llevarme a Bea y dejar que Ana la sustituyera en la boca del conserje.
Me senté en una silla y Bea se sentó sobre mí, clavándose mi pene hasta lo más profundo de su vagina. Me daba la espalda, así que le aferré los diminutos senos y la dejé que ella llevara todo el esfuerzo de la estimulación. Como buena amazona, al poco estaba gimiendo de placer y yo sentía que las fuerzas volvían a mi sufrido miembro. Parecía imposible, pero aún me quedaba semen por verter en un último orgasmo.
A todo esto, el conserje prefería hacer como en las películas porno, y se masturbó frente a las dos chicas, llenándoles la cara con su leche.
Bien... sin decir palabra, el hombre se vistió. Yo también me vestí mientras las tres chicas iban un rato al baño a lavarse y vestirse.
Volvieron pronto y el conserje dijo, simplemente:
—Es hora de cerrar el kiosco.

Salimos del edificio en silencio, el último él y cerró la puerta...

El más reciente libro publicado por Félix Díaz es Titanes  
http://www.edicionesirreverentes.com/2099/TITANES.html 

19 nov 2014

El escote, relato erótico de Harol Gastelú Palomino

A Valentina

–Mi trabajo, profesor.

         Alcé los ojos: Galia estaba inclinada sobre mi escritorio. Llevaba un vestido negro con un pronunciado escote que dejaba a la vista el nacimiento de sus senos. La piel alba como la nieve. Sobre su seno derecho tenía tatuada tres mariposas negras que parecían estar volando en busca de la primavera. Nuestras miradas se encontraron. Me ruboricé: ¿me diría qué mira, profesor?, parece un viejo verde, un sátiro, un pedófilo. ¿Me diría no sabe que me está acosando visualmente, profesor? No lo hizo. Sonrió, una sonrisa enigmática como el de la Gioconda. Sentí despertar mi virilidad. La piel tersa y nívea, el cuello delicado, los hombros desnudos con las cicatrices de las vacunas, el bretel del sostén color melón, los labios rojos, los ojos pícaros, las cejas pobladas. Tomé las hojas que me extendía. Las manos pequeñas cruzadas por venitas verde azuladas como culebritas, los dedos largos, las uñas crecidas pintadas de rojo sangre. ¿Estará bien, profesor?, su voz un susurro, un susurro incitante, las letras alargadas, inclinadas como la Torre de Pisa. Un aroma a jazmines emanando de su piel. Juan Preciado llegando a Comala. El sol atravesando con furia los ventanales. Una semana más y vacaciones. ¡Por fin! Verano, playa, ¿mujeres? Un verano aburrido en Puerto Viejo sin compañía femenina. Se alisó los cabellos, apartó el mechón que caía como una cascada. Las axilas embadurnadas con Etiquet, los pliegues de piel oscura, los vellos brotando, unos puntitos negros. Imaginar su pubis así. Inclínate un poquito más, Galia, por favor. Se pasó la lengua por los labios, una lengua rosada, puntiaguda, larga, húmeda. Imaginarla dándome placer como Sasha Grey. Las mariposas negras volando en su piel blanca como un cielo diáfano. Qué calor, ¿verdad? Ajá. ¿Qué harás en las vacaciones? No sé…, iré a la playa… si es que apruebo su curso, profesor. El Poeta escribiendo novelitas pornos en la Escuela Militar Leoncio Prado. Galia en la playa en hilo dental, en tanga como la Vanessa Tello. La piel bronceada, depilada. Una hendidura. Caer en ella. Otra vez la lengua humedeciendo sus labios. ¿Has hecho orales, Galia? Eso es lo primero que aprendemos, diría Ilse. El Poeta visitando a la Pies Dorados. Los bordes del sostén. La aréola de sus pezones, sus pezones oscuros, suavecitos, inalcanzables a pesar de estar tan cerca de mis manos, de mi boca. Bajar la mirada lentamente: el vestido ceñido, los huesos de las costillas como las cuerdas de una guitarra, el vientre plano que se eleva y hunde al compás de su respiración, la forma del ombligo, la cintura breve, las caderas anchas, el pubis un triángulo invertido rozando el filo del escritorio. Si no apruebo no iré ni a la piscina, en mi casa me matarán, profesor. Y yo seré el culpable, ¿verdad? Ajá, irá preso. Risas. Todos somos hijos de Pedro Páramo. El mar turquesa, las gaviotas surcando el cielo, Galia en la playa, echada en la arena, sus senos pequeños apuntando el sol como queriendo derribarlo, las palmeras movidas por la brisa, su piel untada con bloqueador, la piel del pubis y de las tetas más claras que el resto, el pubis cubierto por un follaje oscuro, los labios asomándose como lagartijas al sol. Ser el sol y entrar por sus poros, hervir su sangre, despertar sus deseos, ser Brad Pitt para que suspire por mí, o Robert Pattinson para que sueñe conmigo, para que me desee. ¿Ya se tocará como Grace Wong? ¿Jugará con su Secreto, hará crecer su Estalactita? Artemio Cruz recordando en Regina a todas las mujeres que amó. Entrar al mar, esquivar las olas, bucear, cargarla en mis espaldas, sentir la forma de sus tetas, sentir sus pezones duros. Salir del agua, retozar en la arena, la playa solo para nosotros dos, Adán y Eva en el Paraíso. Mis labios en su piel, su piel tibia, salada. Las tres mariposas negras en mis labios. Mis labios en sus tetas, no las tetas de plástico de la Pamela Anderson, no las tetas de mármol de la Luciana Salazar, sus tetas pequeñas, sus pezones tiernos como los de Giovanna Blas Sánchez. Presionarlos con los labios, girar la punta de mi lengua en ellos hasta que se pongan duritos. Galia gime, suspira. ¿Aprobaré, profesor? Juntacadáveres regresando a Santa María. Reptar a lo largo de su piel como un sediento que busca un oasis en el Sahara. Mi lengua en su ombligo. Cruzar la franja de blanquísima piel que hay debajo de su ombligo y llegar a su pubis, desbrozar el follaje, escalar el Monte de Venus, sentir el aroma a mar cada vez más intenso, llegar a Macondo, una hendidura en la tierra, separar los labios, los pliegues, la carne roja y lustrosa, posar mis labios, una primera pasada de lengua de abajo hacia arriba, sentir el sabor de su Secreto en el paladar, la carne que se estremece. ¿Nunca te han hecho orales, Galia? ¿Aún orinas agua bendita? La punta de mi lengua en su clítoris. Chuparlo, succionarlo, lamerlo, sentirlo crecer, ponerse duro. Escuchar sus gemidos, sus suspiros. Engullir, tragar. Sus caderas golpeando mis sienes. Grita, chilla, gime, suspira, lanza alaridos como una loba en luna llena. Explota, bebo sus fluidos, el néctar que brota de su vientre, sacio mi sed, mi hambre, mis deseos. Las mariposas negras volando en mis ojos. Ahora me toca a mí, profesor. Mi miembro en sus manos, en su boca, entre sus tetas, entre las tetas de Remedios la Bella. ¿Nunca has hecho un ruso, Galia? Deja que te enseñe. Aprenderás como Lily, como Geraldine, como Verónica Bedoya. Dirás échese salivita para que se deslice suavecito como Yessenia. Así, apriétalo así. La piel tibia de tus tetas, Galia, mi verga dura, Galia, los latidos de tu corazón, Galia, mi verga explotando, Galia, mi verga haciendo erupción como ese volcán islandés de nombre impronunciable, Galia, el semen sobre las mariposas negras que despliegan sus alas y se echan a volar, Galia.

Más textos de Harol Gastelú Palomino, en http://eltiempodelasbastillas.blogspot.com/ 

18 nov 2014

Fue corriendo hasta la estación, relato erótico de David J. Skinner

Fue corriendo hasta la estación. El corazón parecía querer salírsele del pecho, pero eso no hacía que su ritmo disminuyera. Debía llegar antes de que el autobús partiera.
Miró su reloj, un caro aparato que desentonaba con su ropa, más propia de un adolescente que de un hombre hecho y derecho. Las cuatro en punto. En media hora, la mujer que amaba desaparecería –quizá para siempre– de su vida. No iba a permitirlo.
Las dársenas estaban repletas de gente, y él no sabía hacia dónde dirigirse. Se arrepintió de no haber consultado por la red cuál era su objetivo, pero aquello tampoco lo detendría. Apartó a la gente sin ningún miramiento, mientras iba siendo objeto de múltiples reproches y miradas airadas.
Ahí estaba.
Agarró su brazo, con firmeza y suavidad. Sin hablar, comenzó a acercar sus labios a los deseables y deseosos labios de ella, y se fundieron en un apasionado beso. Empujados por una fuerza superior, por algo que estaba por encima de ellos dos, ambos comenzaron a quitarse la ropa en medio de la multitud, que no daba crédito a lo que allí ocurría. Se escuchó un grito de asombro cuando los pechos de la joven quedaron expuestos, y más de uno encolerizado cuando ambos quedaron desnudos de cintura para abajo.
Esa imprevisible, aunque no imprevista, situación siguió su curso normal. Como si estuviesen solos en una cómoda habitación, y no en una estación abarrotada y con olor a gasolina, las manos de él, que ya recorrían todo su cuerpo, dieron paso a la ávida boca. La húmeda lengua encontró, finalmente, el también húmedo rincón íntimo de ella, que comenzó a gemir descontroladamente.
A esas alturas, nadie había avisado aún a los guardas de seguridad; así se encontraban de petrificados ante el espectáculo. Mudos, contemplaron a la chica inclinándose y cómo, tras unos cortos pases con su lengua, se introducía por completo el estimulado miembro del hombre en su pequeña boca de labios perfectos. Sus ojos, cuyo color no resultaba fácil de discernir bajo las mortecinas luces del lugar, observaban a su compañero, a su amante, a su amado, con una expresión que provocó más de una erección entre los asistentes. Escasos minutos después, la pareja se tumbó en el sucio suelo para llegar al punto álgido del acto. El primer guarda llegó en aquel instante, aunque fue incapaz de hacer o decir nada.
Más de un testigo hubiera podido jurar que las luces comenzaron a parpadear en el momento justo del clímax. Ninguno de los dos gritó, ni gimió. Era algo tan grandioso, tan sublime, tan digno de adoración por hombres y por dioses que no podía ser expresado de esa forma.

Mas, en realidad, él no llegó a tiempo. No pudo despedirse, ni besarla, ni hacer el amor con ella. El autobús ya había partido, y esa imagen que había recorrido su mente, puede que las mentes de todos los presentes, se desvaneció a la par que su acelerado corazón se detenía. Su último latido fue para ella, por ella. Por los dos.
Si quieres leer lo más nuevo de David J. Skinner, tienes August, pecado mortal, en http://www.mareditor.com/narrativa/August_DavidJSkinner.html