–Mi trabajo, profesor.
Alcé los ojos: Galia estaba
inclinada sobre mi escritorio. Llevaba un vestido negro con un pronunciado
escote que dejaba a la vista el nacimiento de sus senos. La piel alba como la
nieve. Sobre su seno derecho tenía tatuada tres mariposas negras que parecían
estar volando en busca de la primavera. Nuestras miradas se encontraron. Me
ruboricé: ¿me diría qué mira, profesor?, parece un viejo verde, un sátiro, un pedófilo.
¿Me diría no sabe que me está acosando visualmente, profesor? No lo hizo.
Sonrió, una sonrisa enigmática como el de la Gioconda. Sentí
despertar mi virilidad. La piel tersa y nívea, el cuello delicado, los hombros
desnudos con las cicatrices de las vacunas, el bretel del sostén color melón, los
labios rojos, los ojos pícaros, las cejas pobladas. Tomé las hojas que me
extendía. Las manos pequeñas cruzadas por venitas verde azuladas como
culebritas, los dedos largos, las uñas crecidas pintadas de rojo sangre. ¿Estará
bien, profesor?, su voz un susurro, un susurro incitante, las letras alargadas,
inclinadas como la Torre
de Pisa. Un aroma a jazmines emanando de su piel. Juan Preciado llegando a
Comala. El sol atravesando con furia los ventanales. Una semana más y vacaciones.
¡Por fin! Verano, playa, ¿mujeres? Un verano aburrido en Puerto Viejo sin
compañía femenina. Se alisó los cabellos, apartó el mechón que caía como una
cascada. Las axilas embadurnadas con Etiquet, los pliegues de piel oscura, los
vellos brotando, unos puntitos negros. Imaginar su pubis así. Inclínate un
poquito más, Galia, por favor. Se pasó la lengua por los labios, una lengua
rosada, puntiaguda, larga, húmeda. Imaginarla dándome placer como Sasha Grey.
Las mariposas negras volando en su piel blanca como un cielo diáfano. Qué
calor, ¿verdad? Ajá. ¿Qué harás en las vacaciones? No sé…, iré a la playa… si
es que apruebo su curso, profesor. El Poeta escribiendo novelitas pornos en la Escuela Militar
Leoncio Prado. Galia en la playa en hilo dental, en tanga como la Vanessa Tello. La
piel bronceada, depilada. Una hendidura. Caer en ella. Otra vez la lengua
humedeciendo sus labios. ¿Has hecho orales, Galia? Eso es lo primero que
aprendemos, diría Ilse. El Poeta visitando a la Pies Dorados. Los
bordes del sostén. La aréola de sus pezones, sus pezones oscuros, suavecitos,
inalcanzables a pesar de estar tan cerca de mis manos, de mi boca. Bajar la
mirada lentamente: el vestido ceñido, los huesos de las costillas como las
cuerdas de una guitarra, el vientre plano que se eleva y hunde al compás de su
respiración, la forma del ombligo, la cintura breve, las caderas anchas, el
pubis un triángulo invertido rozando el filo del escritorio. Si no apruebo no
iré ni a la piscina, en mi casa me matarán, profesor. Y yo seré el culpable,
¿verdad? Ajá, irá preso. Risas. Todos somos hijos de Pedro Páramo. El mar
turquesa, las gaviotas surcando el cielo, Galia en la playa, echada en la
arena, sus senos pequeños apuntando el sol como queriendo derribarlo, las palmeras
movidas por la brisa, su piel untada con bloqueador, la piel del pubis y de las
tetas más claras
que el resto, el pubis cubierto por un follaje oscuro, los labios asomándose
como lagartijas al sol. Ser el sol y entrar por sus poros, hervir su sangre, despertar
sus deseos, ser Brad Pitt para que suspire por mí, o Robert Pattinson para que
sueñe conmigo, para que me desee. ¿Ya se tocará como Grace Wong? ¿Jugará con su
Secreto, hará crecer su Estalactita? Artemio Cruz recordando en Regina a todas
las mujeres que amó. Entrar al mar, esquivar las olas, bucear, cargarla en mis
espaldas, sentir la forma de sus tetas, sentir sus pezones duros. Salir del agua, retozar en
la arena, la playa solo para nosotros dos, Adán y Eva en el Paraíso. Mis labios
en su piel, su piel tibia, salada. Las tres mariposas negras en mis labios. Mis
labios en sus tetas, no las tetas de plástico de la Pamela Anderson , no las tetas de mármol de la Luciana Salazar , sus
tetas pequeñas, sus
pezones tiernos como los de Giovanna Blas Sánchez. Presionarlos con los labios,
girar la punta de mi lengua en ellos hasta que se pongan duritos. Galia gime,
suspira. ¿Aprobaré, profesor? Juntacadáveres regresando a Santa María. Reptar a
lo largo de su piel como un sediento que busca un oasis en el Sahara. Mi lengua
en su ombligo. Cruzar la franja de blanquísima piel que hay debajo de su
ombligo y llegar a su pubis, desbrozar el follaje, escalar el Monte de Venus,
sentir el aroma a mar cada vez más intenso, llegar a Macondo, una hendidura en
la tierra, separar los labios, los pliegues, la carne roja y lustrosa, posar
mis labios, una primera pasada de lengua de abajo hacia arriba, sentir el sabor
de su Secreto en el paladar, la carne que se estremece. ¿Nunca te han hecho
orales, Galia? ¿Aún orinas agua bendita? La punta de mi lengua en su clítoris.
Chuparlo, succionarlo, lamerlo, sentirlo crecer, ponerse duro. Escuchar sus
gemidos, sus suspiros. Engullir, tragar. Sus caderas golpeando mis sienes.
Grita, chilla, gime, suspira, lanza alaridos como una loba en luna llena. Explota,
bebo sus fluidos, el néctar que brota de su vientre, sacio mi sed, mi hambre,
mis deseos. Las mariposas negras volando en mis ojos. Ahora me toca a mí,
profesor. Mi miembro en sus manos, en su boca, entre sus tetas, entre las tetas de Remedios la Bella. ¿Nunca has hecho un
ruso, Galia? Deja que te enseñe. Aprenderás como Lily, como Geraldine, como
Verónica Bedoya. Dirás échese salivita para que se deslice suavecito como
Yessenia. Así, apriétalo así. La piel tibia de tus tetas, Galia, mi verga dura, Galia, los
latidos de tu corazón, Galia, mi verga explotando, Galia, mi verga haciendo
erupción como ese volcán islandés de nombre impronunciable, Galia, el semen
sobre las mariposas negras que despliegan sus alas y se echan a volar, Galia.
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