Relato "Detrás de las cortinas", de Carolina Sánchez Molero, publicado en la antología Relatos Fotoeróticos de Ediciones Irreverentes.
Los
pájaros del balcón comenzaron a piar sin armonía. Marta, recién levantada, se
acercó lentamente y con paso torpe hasta la puerta de madera.Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando una
ráfaga de aire entró por debajo de la larga camiseta que utilizaba como pijama.
De repente y veloz como un rayo, Marta cerró el
amplio y desvencijado ventanuco.
Llevaba viviendo en aquella especie de mansión
desde que tenía memoria, y aún así, los días de tormenta, seguía sintiendo
aquel temor de cuando era niña.
Escuchó ruido en la cocina. O eso creyó. Por
supuesto, no podía ser nadie, ya que Marta no tenía compañía alguna en verano. Ella se quedaba todos los periodos estivales en
la casa familiar, mientras que sus padres y hermanas viajaban por todo el país. Claro que siempre se quedaba con las ganas de
acompañarlos, pero su monótono trabajo de dentista no se lo permitía. Los
problemas bucales aparecían, fuera la época del año que fuera y su jefa era un
hueso duro de roer.
- Una semana de vacaciones en agosto – Le dijo
cuando empezaba a trabajar en la consulta – Luego, cuando cojas experiencia
podrás llegar a un mes de descanso veraniego.
Aquella mujer madura, siempre iba vestida de
ejecutiva. Sus piernas agradecían las faldas tan cortas que acostumbraba a
ponerse. Y las camisas con varios botones desabrochados, eran la admiración,
sobre todo, de los clientes masculinos.
Su jefa la había engañado soezmente. Marta
llevaba trabajando para ella cinco años, y aún sus vacaciones duraban siete
días. A pesar de sus intentos por convencerla para irse más días de agosto,
Julia no daba su brazo a torcer.
- Tenemos mucho trabajo en el mes más caluroso
del año – Le decía mientras la miraba de arriba abajo – Creo que no deberías adelgazar
más.
Julia siempre tenía en cuenta la imagen del
negocio. Cada vez estaba más y más pesada con la imagen corporal de su
empleada.
- Tienes unos pechos muy bonitos – Le expresaba,
mientras se acariciaba con la punta de los dedos, su propio escote – Deja que
se te vean, mujer.
Marta estaba cansada. Muy cansada. Todo en su
vida, parecía girar en torno a su jefa de cincuenta años.
- Cuando yo era una jovencita como tú, era muy
consciente del poder de mi cuerpo, querida – Julia se apoyaba con delicadeza en
la mesa de su despacho, con los ojos entornados, sin dejar de mirar casi de
forma lasciva, las curvas de Marta.
Alguna vez la joven dentista, había pensado que
su jefa la acosaba. Pero rápidamente se le iba la idea de la mente. Marta no podía
imaginar que a una mujer le gustara otra. Y más su jefa, que sabía de buena
tinta que salía cada mes con un hombre distinto.
Así que, cuando Marta escuchó ruido en la
cocina, lo primero que hizo fue mandarle un mensaje a Julia, ya que era la
única persona que conocía, que aún no se había ido de vacaciones.
Algo asustada, la joven bajó las escaleras hacía
el piso donde estaba la cocina y el salón.
El ruido del viento, no le permitió a Marta
escuchar el sonido de un móvil en la planta baja. Si lo hubiera hecho, quizás
no habría bajado tan felizmente.
Agarrada a la vieja barandilla de madera, los
pies descalzos de Marta llegaron al rellano de la entrada. Allí, tuvo un breve
y rápido pensamiento. Desde que comenzaba el calor, se quitaba la ropa interior
para estar más cómoda durmiendo y ahora mismo, iba tan solo con una amplia
camiseta casi transparente, y si había alguien de verdad en la casa…
Su imaginación voló hacía una escena que no
deseaba en la vida real, pero que le solía excitar en sus largas noches de
soledad. Lo raro para ella, es que en el suceso que imaginaba, casi siempre era
una mujer la que la espiaba desde detrás de las cortinas. El simple hecho de
observar en su mente, unos pechos desnudos cubiertos únicamente con la fina
tela de una cortina, le hacían llegar al clímax casi en el acto.
El timbre
de la puerta principal le hizo dar un respingo.
- ¡Tengo un cuchillo! – Gritó la joven sin girar
el pomo – ¡Así que sea quien sea, márchese!
Aún era de madrugada y a veces, jóvenes de
fiesta, molestaban de esa manera a los habitantes de la mansión.
Una voz conocida, la puso en alerta.
- Marta, querida – Se escuchó detrás de la
puerta – Soy Julia. He recibido tu mensaje y ha dado la casualidad que estaba
por la zona…
Marta algo dubitativa, descorrió la cadena de la
cerradura y abrió lentamente la puerta.
En el otro lado, su exuberante jefa, le sonreía
con picardía. Marta se quedó paralizada.
- ¿No me vas a dejar entrar? – Julia empujó ella
misma la puerta y dio un paso hacia el interior de la casa.
- Sí, claro – Las palabras susurradas por Marta,
apenas fueron audibles.
- Veo que me has estado haciendo caso – La miró
detenidamente – Has engordado un poco. Me parece estupendo…
Marta protegió su cuerpo con sus brazos y manos.
- Voy a vestirme – Dijo, mientras salía
corriendo escaleras arriba.
La esbelta jefa, miró como Marta subía al primer
piso, con una media sonrisa de placer en su rostro. A pesar de que la joven
intentaba taparse con delicadeza su zona íntima, cada vez que subía un escalón,
Julia podía ver su trasero y parte de su sexo al desnudo.
- ¡Si quieres que te ayude! – Exclamó la mujer -
¡No tienes más que decírmelo! – Julia, con sus
manos expertas, se acarició en
círculos los pechos.
Marta había sentido la mirada caliente de su
jefa clavada en ella, mientras subía a su habitación. En ningún momento se
había vuelto, para comprobar si la sensación era real o solo producto de su
pródiga imaginación.
La joven, con el susto aún en el cuerpo, se
quitó la camiseta y la tiró encima de la cama.
Aún creía sentir como unos ojos la vigilaban.
El cuerpo desnudo de Marta, era aún más
espectacular que con ropa. Julia, que había subido las escaleras con mucha
precaución tras ella, lo observaba desde una esquina de la puerta del cuarto.
Nada en la joven dentista, disgustaba a Julia. Sus
pechos grandes y duros, sus nalgas respingonas y su bonita cara, hacían de
Marta, un placer extremo que Julia disfrutaba, mientras la observaba sin ser
vista y se mordía el labio inferior.
Marta por su parte, imaginaba que la escena que
tanto la excitaba y había imaginado en sus noches de soledad, se estaba
produciendo en esos precisos instantes, así que antes de comenzar a vestirse,
se sentó en su cama mientras hacía como que miraba algo en el teléfono móvil.
Poco a poco, fue abriendo sus piernas.
Julia apenas podía contener la respiración. Un
leve y apagado gemido, salió de sus labios. La joven pudorosa que había
conocido hacía cinco años, estaba ofreciéndole una escena inolvidable.
El corazón de Marta latía cada vez más rápido.
El solo hecho de pensar que la estaban mirando, hacía estremecer de deseo todo
su cuerpo.
Hubiera sido o no decorosa, la dentista en esos
momentos no lo era. Su mano derecha sostenía el teléfono y la izquierda rozaba
de modo casual, sus pezones erectos.
Su jefa estaba acostumbrada a no hacer ruido.
Llevaba años observando, no solo a su atractiva empleada, sino también a muchos
de los clientes de su consulta. Desde muy pronto, Julia se había acostumbrado a
excitarse de esa forma. Se asomaba a la ventana de su piso y observaba a la
gente pasar. Gracias a su gran imaginación, una chica o un chico, vestidos con
los atuendos típicos del verano, no eran solo chicos que pasaban debajo de su
casa… Eran sus acompañantes silenciosos, cuando la excitación recorría como una
corriente todos los lugares sensibles de su cuerpo.
Por unos instantes Marta se cohibió. No estaba
segura de que Julia la estuviera verdaderamente observando, pero la mera
sospecha de que así era, le hizo avergonzarse.
Una cosa eran sus fantasías y otra muy distinta,
que todo lo que ella deseaba, pudiera pasar en la vida real.
Tuvo la intención de tapar su cuerpo desnudo con
la sábana, pero esa idea pasó muy fugazmente por su cabeza. Estaba excitada y
necesitaba expulsar aquella tensión que ahora la ahogaba, después del sobresalto
por el ruido en la cocina.
Pensó entonces que no había comprobado la
estancia, una vez que Julia hubo entrado en su casa. Sintió algo de pánico,
pero éste la hizo vibrar más, al imaginar a un desconocido mirándola junto a Julia,
escondidos ambos tras las cortinas.
A pesar de que Marta racionalizaba la situación
y sabía que lo correcto era detenerse, vestirse y buscar al presunto intruso,
sus manos no la obedecían. Sin pausa y como si estuviera inmersa en una de sus
múltiples fantasías nocturnas, la joven abrió por completo las piernas y
comenzó a acariciarse todo su cuerpo.
Julia no podía apartar la mirada de los
voluptuosos pechos de Marta. Y Marta no dejaba de mirar hacia el balcón de su
habitación.
Fue entonces, cuando la joven creyó ver a
alguien escondido detrás de las cortinas. Un grito ahogado de puro placer, subió
desde su sexo hasta su garganta. Había llegado al éxtasis sin apenas mover sus
dedos, que permanecían temblorosos entre sus piernas ya cerradas.
Julia también gritó, pero con más brío que
Marta.
- ¡Cuidado! – Avisó la jefa – En el balcón…
Julia no pudo terminar la frase, ya que un
hombre cubierto con un pasamontañas negro, había salido bruscamente de las
cortinas.
Marta tragó saliva.
El desconocido intentó abrir el balcón
torpemente, mientras amenazaba a las dos mujeres con una gran linterna, a modo
de arma.
- No os mováis – Dijo con la voz temblorosa.
Tanto Julia como Marta obedecieron.
El hombre, que ya había conseguido abrir las
puertas del balcón, miró hacia abajo y se lanzó al húmedo césped del jardín.
Marta reaccionó. Cubrió su cuerpo con la
camiseta y se quedó mirando a su jefa sin pestañear.
A pesar de que había tenido dudas sobre sí
estaba siendo observada por Julia, ya no las tenía. Por eso, no le hizo falta
preguntar cuánto tiempo llevaba escondida.
Sin mediar palabra, Julia se acercó a la joven
que se había levantado de la cama y ahora permanecía muy quieta cerca del
balcón. La tenue luz que comenzaba a aparecer detrás de las nubes, atravesaba
con facilidad el improvisado pijama casi transparente de Marta.
Julia le ofreció sus brazos.
Sin dudarlo, Marta se dejó envolver por la
cálida piel de su jefa y cerró los ojos.
Todo parecía haber terminado, sin embargo la
joven dentista supo que en realidad, la historia no había hecho más que
empezar.
Relato "Detrás de las cortinas", de Carolina Sánchez Molero, publicado en la antología Relatos Fotoeróticos de Ediciones Irreverentes.