19 nov 2014

El escote, relato erótico de Harol Gastelú Palomino

A Valentina

–Mi trabajo, profesor.

         Alcé los ojos: Galia estaba inclinada sobre mi escritorio. Llevaba un vestido negro con un pronunciado escote que dejaba a la vista el nacimiento de sus senos. La piel alba como la nieve. Sobre su seno derecho tenía tatuada tres mariposas negras que parecían estar volando en busca de la primavera. Nuestras miradas se encontraron. Me ruboricé: ¿me diría qué mira, profesor?, parece un viejo verde, un sátiro, un pedófilo. ¿Me diría no sabe que me está acosando visualmente, profesor? No lo hizo. Sonrió, una sonrisa enigmática como el de la Gioconda. Sentí despertar mi virilidad. La piel tersa y nívea, el cuello delicado, los hombros desnudos con las cicatrices de las vacunas, el bretel del sostén color melón, los labios rojos, los ojos pícaros, las cejas pobladas. Tomé las hojas que me extendía. Las manos pequeñas cruzadas por venitas verde azuladas como culebritas, los dedos largos, las uñas crecidas pintadas de rojo sangre. ¿Estará bien, profesor?, su voz un susurro, un susurro incitante, las letras alargadas, inclinadas como la Torre de Pisa. Un aroma a jazmines emanando de su piel. Juan Preciado llegando a Comala. El sol atravesando con furia los ventanales. Una semana más y vacaciones. ¡Por fin! Verano, playa, ¿mujeres? Un verano aburrido en Puerto Viejo sin compañía femenina. Se alisó los cabellos, apartó el mechón que caía como una cascada. Las axilas embadurnadas con Etiquet, los pliegues de piel oscura, los vellos brotando, unos puntitos negros. Imaginar su pubis así. Inclínate un poquito más, Galia, por favor. Se pasó la lengua por los labios, una lengua rosada, puntiaguda, larga, húmeda. Imaginarla dándome placer como Sasha Grey. Las mariposas negras volando en su piel blanca como un cielo diáfano. Qué calor, ¿verdad? Ajá. ¿Qué harás en las vacaciones? No sé…, iré a la playa… si es que apruebo su curso, profesor. El Poeta escribiendo novelitas pornos en la Escuela Militar Leoncio Prado. Galia en la playa en hilo dental, en tanga como la Vanessa Tello. La piel bronceada, depilada. Una hendidura. Caer en ella. Otra vez la lengua humedeciendo sus labios. ¿Has hecho orales, Galia? Eso es lo primero que aprendemos, diría Ilse. El Poeta visitando a la Pies Dorados. Los bordes del sostén. La aréola de sus pezones, sus pezones oscuros, suavecitos, inalcanzables a pesar de estar tan cerca de mis manos, de mi boca. Bajar la mirada lentamente: el vestido ceñido, los huesos de las costillas como las cuerdas de una guitarra, el vientre plano que se eleva y hunde al compás de su respiración, la forma del ombligo, la cintura breve, las caderas anchas, el pubis un triángulo invertido rozando el filo del escritorio. Si no apruebo no iré ni a la piscina, en mi casa me matarán, profesor. Y yo seré el culpable, ¿verdad? Ajá, irá preso. Risas. Todos somos hijos de Pedro Páramo. El mar turquesa, las gaviotas surcando el cielo, Galia en la playa, echada en la arena, sus senos pequeños apuntando el sol como queriendo derribarlo, las palmeras movidas por la brisa, su piel untada con bloqueador, la piel del pubis y de las tetas más claras que el resto, el pubis cubierto por un follaje oscuro, los labios asomándose como lagartijas al sol. Ser el sol y entrar por sus poros, hervir su sangre, despertar sus deseos, ser Brad Pitt para que suspire por mí, o Robert Pattinson para que sueñe conmigo, para que me desee. ¿Ya se tocará como Grace Wong? ¿Jugará con su Secreto, hará crecer su Estalactita? Artemio Cruz recordando en Regina a todas las mujeres que amó. Entrar al mar, esquivar las olas, bucear, cargarla en mis espaldas, sentir la forma de sus tetas, sentir sus pezones duros. Salir del agua, retozar en la arena, la playa solo para nosotros dos, Adán y Eva en el Paraíso. Mis labios en su piel, su piel tibia, salada. Las tres mariposas negras en mis labios. Mis labios en sus tetas, no las tetas de plástico de la Pamela Anderson, no las tetas de mármol de la Luciana Salazar, sus tetas pequeñas, sus pezones tiernos como los de Giovanna Blas Sánchez. Presionarlos con los labios, girar la punta de mi lengua en ellos hasta que se pongan duritos. Galia gime, suspira. ¿Aprobaré, profesor? Juntacadáveres regresando a Santa María. Reptar a lo largo de su piel como un sediento que busca un oasis en el Sahara. Mi lengua en su ombligo. Cruzar la franja de blanquísima piel que hay debajo de su ombligo y llegar a su pubis, desbrozar el follaje, escalar el Monte de Venus, sentir el aroma a mar cada vez más intenso, llegar a Macondo, una hendidura en la tierra, separar los labios, los pliegues, la carne roja y lustrosa, posar mis labios, una primera pasada de lengua de abajo hacia arriba, sentir el sabor de su Secreto en el paladar, la carne que se estremece. ¿Nunca te han hecho orales, Galia? ¿Aún orinas agua bendita? La punta de mi lengua en su clítoris. Chuparlo, succionarlo, lamerlo, sentirlo crecer, ponerse duro. Escuchar sus gemidos, sus suspiros. Engullir, tragar. Sus caderas golpeando mis sienes. Grita, chilla, gime, suspira, lanza alaridos como una loba en luna llena. Explota, bebo sus fluidos, el néctar que brota de su vientre, sacio mi sed, mi hambre, mis deseos. Las mariposas negras volando en mis ojos. Ahora me toca a mí, profesor. Mi miembro en sus manos, en su boca, entre sus tetas, entre las tetas de Remedios la Bella. ¿Nunca has hecho un ruso, Galia? Deja que te enseñe. Aprenderás como Lily, como Geraldine, como Verónica Bedoya. Dirás échese salivita para que se deslice suavecito como Yessenia. Así, apriétalo así. La piel tibia de tus tetas, Galia, mi verga dura, Galia, los latidos de tu corazón, Galia, mi verga explotando, Galia, mi verga haciendo erupción como ese volcán islandés de nombre impronunciable, Galia, el semen sobre las mariposas negras que despliegan sus alas y se echan a volar, Galia.

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