Chema
vivía una furibunda adolescencia de poluciones nocturnas, tiendas de campaña al
despertar y furibundos desahogos manuales que lo dejaban amansado, pero con
insaciables ganas de más. Realizando uno de estos entusiastas desahogos, en la
ducha, lo encontró Carmen, una vecina tan hermosa que la deseaban y soñaban
locuras sexuales con ella todos los hombres del barrio incluido su marido.
Cuando la vio, apurado, Chema dijo inmovilizando su activa mano:
—¡Huy…! Mi madre se ha ido al mercado.
—Lo sé, pequeño semental. Por eso entré aprovechando que tu madre nunca cierra la puerta de la calle. Venga, quita esa mano pecadora de donde la tienes y vamos a tu dor-mitorio para que te enseñe los secretos de la vida.
La vecina Carmen dio y se procuró tal banquete de placer que en adelante ella le puso abusivamente los cuernos a su marido y Chema jamás tuvo necesidad de aliviarse ma-nualmente.
—¡Huy…! Mi madre se ha ido al mercado.
—Lo sé, pequeño semental. Por eso entré aprovechando que tu madre nunca cierra la puerta de la calle. Venga, quita esa mano pecadora de donde la tienes y vamos a tu dor-mitorio para que te enseñe los secretos de la vida.
La vecina Carmen dio y se procuró tal banquete de placer que en adelante ella le puso abusivamente los cuernos a su marido y Chema jamás tuvo necesidad de aliviarse ma-nualmente.
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