23 abr 2014

RELATO.- Relato erótico-literario para perversos, de Nelson Verástegui

«¿Qué irá a pensar la gente? ¡Pues que somos adultos y no nos falta la imaginación!», se contestó a ella misma. Iban a ponerse manos a la obra. Las de ella sobe el teclado del PC, las de él acariciándola por todas partes. Desnudos. Sentada en la posición del loto sobre su amante escritor que le dictaba lo que se le iba ocurriendo. «Sesenta y nueve», dijo en la oscuridad. Por fortuna el teclado tenía luz que permitía ver las letras. La pantalla los bañaba de azul muy tenue. «Es incómodo escribir así», murmuró. «No brinques que me haces cometer faltas de ortografía y no nos aceptarán el cuento», gruñó. La silla chirriaba y se tambaleaba peligrosamente, la mesa crujía con buen ritmo, los papeles y libros oscilaban, los diccionarios cambiaban de páginas saltando de coño a verga, de vagina a orgasmo, de fetichismo a voyerismo, de pecado a moral. «Vamos por ciento treinta y cuatro caracteres y no toma forma», jadeaba. Por momentos paraba de escribir para buscar un sinónimo, una mejor rima o acariciar las nalgas de su amante inspirador. «Retente y espérame, amor. No vayas tan rápido. Con calma, mi vida», decía con sus dedos ágiles golpeando las teclas, sintiendo las manos de su macho acariciar sus pezones o apretar sus labios. «Vamos en doscientos caracteres y ya no me aguanto más. Es una tarea imposible. Cambiemos de posición antes de que nos caigamos al piso», ordenó. Ahora empujando el PC al centro de la mesa, arrodillándose en la silla y levantando las nalgas, pidió que le besara profundamente el sexo. «Así estoy más incómodo que antes y no podré aguantarme más, pero lo intentaré», rezongó buscando con la lengua la oscuridad húmeda y profunda. En esas sintió una fuerte palmada en una nalga. «¿Qué pasa? No te excedas que no nos aceptan el texto por pasarnos a lo sado-masoquista», refunfuñó. «Era un zancudo, que no sé cómo pude ver en tanta oscuridad, pero ya está muerto. Que no nos acusen de zoofilia. El jefe lo que quiere son textos eróticos. Nada de porno ni de parodias cómicas. Me lo dijo en un mensaje privado», replicó. «Tendremos suerte si alguien se excita leyendo esto. Si al menos ha llegado a esta línea antes de abandonarnos por nuestras proezas de contorsionistas chinos. Ya parecemos más una estatua del Kama Sutra que a escritores eróticos serios», empujando su cuerpo sobre la boca de su amante silenciado. «Me están dando cosquillas con tanto pinchar en me gusta de estos fisgones. ¡Carajo! ¡Miguel Ángel, Guillermo, Félix, Elena, Sergio, Diana, Andrés, Helga, Harold, Melanie! No sean fisgones. Así es más difícil», balbució el macho jadeante. «Vamos por cuatrocientos cincuenta y dos y Elena ya casi va a llegar a novecientos», sorprendida. «Elena nos va a ganar. Seguro que llega al orgasmo antes. No hay duda. Menos mal que Diana María necesita más tiempo. ¡Je, je!», cansado. Un vecino insomne golpeó con el palo de una escoba desde un apartamento vecino pues los gemidos y alaridos de la pareja en acción lo desconcentraban. Era igual cada ocho días, justo cuando él tenía que escribir una novela de terror. «Cambiemos de posición. Estoy cansada. Ahora escribes tú mientras yo te chupo lo que sabemos. Olvídate del vecino inoportuno», bajándose de la mesa para dejarle el puesto a su compañero sentimental. «Suavemente, amor, para que alcancemos al límite convenido en el éxtasis de la pasión compartida. Suavemente. Sin mordisquear. Con la lengua húmeda solita. Así, Así», mientras escribía sin parar echándole un ojo a lo que los otros habían publicado. Era difícil concentrarse a escribir de lo experta que era la boca lúbrica de su compañera. «Ojalá nos dieran un premio por estos esfuerzos sobrehumanos. Espero que no nos borren estos comentarios por inmorales según el código de hipocresía del FB», tratando de concentrarse en sus escritos y buscando inspiración. «No puedo más. Deja de escribir y ven a concluir sobre mi cuerpo. Ven a derramar dentro de mí tu sabia imaginación en la savia de tu semen», emocionada. «Aguanta y aguanta. Falta poco. No terminemos esta experiencia precozmente. Pasaremos a la historia aunque la NSA nos espíe y borre esta prueba de fuego», agarrando a su pareja para traerla a sentarse de nuevo sobre él pero esta vez frente a frente. «Quédate quietica sintiéndome por dentro que ya estamos a menos de doscientos cincuenta caracteres del final», apartando la cabellera rubia de su diva para ver el teclado y la pantalla sobre su hombro. Los libros y diccionarios dejaron de balancearse. Ya no saltaban las páginas de clítoris a polla, del clic a tic, del timbo al tambo. La luz de la batería del PC empezó a parpadear pidiendo corriente. Se preguntaba dónde estaría el cable para enchufarla de una vez. El parpadeo se hacía más insistente. «¿Qué pasa? Escribe y escribe», emocionada. «Enchufa el cable antes de que se nos borre este texto, ¡joder! Está debajo de la mesa», insistente. «Ya está. Ahora me siento sobre ti pero mirando la pantalla para ver cómo llegamos al final. Falta poco. Estoy transpirando», entusiasmada. El macho empezó a moverse de nuevo rítmicamente, el vecino reanudó sus golpes con la escoba, los chirridos de la silla y mesa se hacían más estridentes, sus cuerpos húmedos y jadeantes subían de temperatura. «Así, así. Ya llegamos al tiempo, guarrito mío», gimiendo al unísono desgonzándose y cayendo al piso. «¡Coño! Leí mal. Eran caracteres, no palabras», desilusionado.